La Ortega Peña Noticias
Por Germán Herrera, Juventud Carta Abierta Mendoza.
La crisis del capitalismo financiero-especulativo está llegando a sus niveles de explosión social más álgidos en Europa, principalmente en España y en Grecia, donde las imágenes que nos llegan por estas geografías nos recuerdan a un pasado reciente que se vivió en toda la región, cuando los pueblos de Nuestra América le dijeron basta al modelo neoliberal.
Son varias las similitudes de la Argentina del 2001 con la España de los Indignados, lo cual nos obliga necesariamente a pensar y a re-pensar los escenarios que se vivieron en nuestro país hace, a penas, diez años y los que está viviendo Europa en éstos precisos instantes. Pensar tanto el origen de los mismos como sus necesarias consecuencias.
La primera conclusión, a simple vista, es que el pueblo español, como el nuestro en el 2001, ha decidido poner un límite a la democracia de mercado, a la lógica neoliberal que todo lo quiere y que todo destruye. Han salido a la calle para advertirle a sus representantes que no están dispuestos aceptar más el ajuste propuesto por los organismos multilaterales de crédito como salida a la crisis generada por las grandes corporaciones y por esos mismos organismos que presentaron y presentan al modelo neoliberal y a la lógica financiera-especulativa como la panacea de todos los males (¡si sabremos de eso por estas tierras!). Increíblemente ofrecen como solución la profundización de un fracaso. Por supuesto, esto tendríamos que pensar si fuéramos demasiado ingenuos, pero lo cierto es que no le ofrecen ninguna solución al pueblo, sólo desean una solución para ellos mismos, que les pueda garantizar la conservación desu obscena rentabilidad.
Otra conclusión, sin duda relacionada con la primera, es el total descreimiento del pueblo en el sistema de representación. Y digo que está relacionada con la primera conclusión ya que da cuenta de lo que ocurre cuando la democracia es totalmente vaciada de contenido y se convierte en una simple palabra que es utilizada descaradamente por pseudos-representantes que han decidido convertirse en siervos de los grupos concentrados de la economía, en simples correas de transmisión de sus programas económicos, políticos y culturales antipopulares (en este momento, en nuestro país, lo dicho, sin duda, nos remite y nos hace pensar en gran parte de la oposición que ha decidido renunciar a cualquier planteo estratégico, serio y responsable a cambio de cinco minutos en el aire con Grondona, Santillán o Bonelli).
Es interesante recordar todas las advertencias de los mandatarios europeos sobre el peligro que encarnan lo que ellos llaman despectivamente los gobiernos populistas de América Latina, un peligro que amenazaría a las instituciones democráticas. Pero son esos “monstruos populistas” los que le han devuelto la dignidad a los pueblos latinoamericanos, resolviendo los problemas más acuciantes que aún subsisten en gran medida debido al impacto que tuvo el paquete neoliberal de los noventa impuesto por el Consenso de Washington, problemas que hoy, en Europa, son los que han desatado la inmensa furia popular, generada por el ajuste en la previsión social, en la educación, en la salud, en los puestos de trabajo y en los salarios. Ese mismo ajuste es el que nuestra región comenzó a revertir a principios del nuevo milenio, no solamente a través de las necesarias medidas económicas, sino también proponiendo un modelo cultural diametralmente opuesto al que permitió, durante la oscura década neoliberal, construir un sentido común donde predominaban valores profundamente individualistas, donde reinaba la apología a la frivolidad de los ricos y famosos, donde no era posible ninguna salida colectiva y de conjunto porque se vivía en una sociedad de la sospecha, en la cual todos desconfiabamos de todos. La batalla cultural que comenzó en 2003 en nuestro país, y la cual está en su pleno desarrollo, ha permitido revertir en gran medida esos valores que se convirtieron en poderosos dispositivos culturales y que conformaron un sentido común difícil de desarraigar, y ha generado una revalorización de la política como herramienta colectiva que permite la solución de los innumerables problemas que aquejan a nuestra sociedad, como a cualquier otra, con sus particularidades por supuesto. Por eso es paradójico que las autoridades de los gobiernos europeos que se jactan de su republicanismo, de su respeto a la institucionalidad y al sistema democrático, son las autoridades que hoy se encuentran acorraladas por sus pueblos, los cuales les exigen una democracia real, participativa, que les permita a los ciudadanos discutir sus problemas profundamente y poder, de esta manera, dar una salida de conjunto a los mismos.
Por último es necesario finalizar esta reflexión insistiendo en la construcción del sentido común y pensando en el modelo cultural instaurado, a sangre y fuego, por el neoliberalismo, así como su modelo económico y político, que costo la vida de 30000 compañeros y compañeras. Ese modelo cultural se consolidó y se profundizó con la llegada del menemato, que contó con el indispensable papel ejercido por los medios de comunicación hegemónicos. Fue el relato de esos medios, emitido persistentemente, día a día y noche tras noche, el que logró construir un sentido común que se sintió seducido por las luces opacas de la sociedad del espectáculo que los periodistas estrellas ofrecían desde sus púlpitos, mientras se destruía el aparato productivo, se lanzaba a millones de trabajadores a la calles, aumentaba la deuda exponencialmente y se reprimía salvajemente cualquier intento de resistencia. Es difícil imaginar que todo ello ocurriera sin la relevancia que tuvo el relato hegemónico de los medios concentrados, que contribuyeron, conscientemente por supuesto, a construir un sentido común arraigado en los más despreciables valores individualistas, egoístas, frívolos y superficiales, de ahí el profundo sentimiento anti-político que caló hondo en gran parte de la sociedad. Eso también ocurre en España y es otra batalla que tendrá que dar el pueblo español, además de resistir al salvaje ajuste, como ya han comenzado a hacerlo.
Esa disputa por la palabra debe contribuir a la construcción de un sentido común que responda a las tradiciones nacionales y populares que atravesaron la historia de nuestro país, y en ese sentido es una disputa que no sólo se debe dar en el presente, sino también, como diría el filósofo Ricardo Forster, teniendo en cuenta a la historia no como una pieza de museo, como una pieza muerta, sino como un terreno de disputa político-interpretativo, la cual puede ser resignificada permanentemente, y es ahí donde radica su importancia fundamental. Este litigio por la palabra que se da necesariamente contra los grupos concentrados de la comunicación, y por lo tanto de la economía, ya se viene desarrollando desde el 2003, y, afortunadamente, ha dado sus frutos, pero es fundamental continuarlo y profundizarlo.
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